
Llevo unos días pensando en que las barreras invisibles son más altas de lo que pensábamos. Me gustaría decir incluso que son “más invisibles” de lo que creíamos pero eso ya sonaría muy raro.
Llevo unos días pensando en que las barreras invisibles son más altas de lo que pensábamos. Me gustaría decir incluso que son “más invisibles” de lo que creíamos pero eso ya sonaría muy raro.
He pasado un par de días en Pamplona impartiendo unas sesiones a las compañeras de las Unidades de Igualdad de Género de los departamentos de la Administración Foral. En su práctica mayoría, son mujeres (y dos hombres) en férreo compromiso con la incorporación de la igualdad de género en la práctica administrativa. Pero cuando se trata de hablar de “feminismo” las resistencias aparecen.
Yo, que tengo cierta desconfianza hacia los feministómetros, dudo mucho de que el depilarse o no depilarse hable de un grado mayor o menor de identidad feminista. Yo creo en la elección porque creo en la capacidad crítica de las mujeres. Por ello, entiendo que la manera de enfrentar el mandato de género que obliga a las mujeres a depilarse no es necesariamente dejar los pelos crecer sino cuestionar la ciega asimilación de prácticas sociales femeninas.
Dice Rosell, el Presidente de la CEOE, que las amas de casa (y “amos”, que en este caso no se ha olvidado del sexo menos representado) se apuntan al paro para intentar cobrar un subsidio. Y, claro, en ese afán por pillar cacho del pastel que es cada vez menor, lo que están haciendo las sinvergüenzas es falsear los datos de desempleo real. Cómo se atreven.
Estos días tengo la cabeza loca. Yo, como tantas otras personas, estoy mitad ilusionada, cuarto hiper-crítica y cuarto expectante.
Apenas ha cumplido los cinco años y mi hijo ya tiene muy claro qué cosas son de chicos y cuáles no. La sociedad está haciendo bien su trabajo.
Sin darnos apenas cuenta, transmitimos a las niñas y niños pequeñ@s valores y formas de «ser chico» y «ser chica» que, al mismo tiempo que les permite construir una identidad basándose en mensajes seguros, les encorseta en una manera de estar y ser en el mundo ceñida a los mandatos del género. Qué grande es el poder del género, cuán inmensamente está impregnado en nuestros chips mentales y afectivos.
En mi trabajo como consultora de género a veces participo de la elaboración de planes de igualdad públicos. Y, como es sabido, no hay plan sin indicadores.
Un indicador no, pero sí un indicativo de género el exitazo del pasado día 1 de febrero con el Tren de la Libertad en Madrid.
La respuesta social a esta convocatoria en defensa de los derechos humanos de las mujeres (que tuvo eco en diversas partes del globo: desde Ecuador hasta Francia) marca –según afirman muchas voces- un hito en el movimiento español.