Apenas ha cumplido los cinco años y mi hijo ya tiene muy claro qué cosas son de chicos y cuáles no. La sociedad está haciendo bien su trabajo.
Sin darnos apenas cuenta, transmitimos a las niñas y niños pequeñ@s valores y formas de «ser chico» y «ser chica» que, al mismo tiempo que les permite construir una identidad basándose en mensajes seguros, les encorseta en una manera de estar y ser en el mundo ceñida a los mandatos del género. Qué grande es el poder del género, cuán inmensamente está impregnado en nuestros chips mentales y afectivos.
¿Por qué desde el feminismo le damos tanta bola a la reproducción social del género? Las respuestas son muy diferentes según hablemos desde uno u otro lugar del feminismo; la que yo tengo es que el género, en muchas ocasiones, nos constriñe, nos impide y nos dificulta la vida. El género dicotómico es un productor de desigualdad. Quizá no lo vemos fácilmente en l@s pequeñ@s pero el tiempo nos lo mostrará.
Os voy a contar un ejemplo curioso que mi hijo ha interiorizado con suma naturalidad a partir de los estímulos y mensajes sociales que ha recibido y que, como tod@ niñ@, ha absorbido cual esponja:
Los chicos no llevan las uñas pintadas
Desde pequeño, cuando mi hijo me veía pintarme las uñas me decía: “Yo también quiero”. Así que yo (¿por qué no?) se las pintaba.
Al principio, solamente le pintaba las uñas de los pies: las normas de género actuaban sin piedad sobre mi quehacer materno y yo pensaba que si le pintaba las uñas de las manos mi hijo recibiría comentarios incómodos. Y yo, como protectora madre, quería protegerle ante todo peligro.
[Mensaje de género transitido a mi hijo: «Eres un niño y debes cumplir, por encima de tus gustos, con los mandatos de género. Si no lo haces, serás vilipendiado»].
Poco a poco me fui yo misma resituando en esta cuestión (por encima de los comentarios no siempre divertidos de la gente adulta del entorno) y terminé pitándole también las uñas de las manos. Tan guapo que iba.
Hasta que un día….
“Mamá, hoy también quiero que me pintes las uñas pero no para el cole… me dicen que eso es de niñas y se ríen de mí”.
¡Horror! En mis esfuerzos por vencer las resistencias adultas, olvidé que el grupo de iguales iba a ser en el colegio la mayor referencia de mi pequeñuelo… Y es que las normas de género actuan sin piedad también sobre l@s demás, pero muchas veces con un agravante: no tod@s consideran que estas normas son limitantes.
La cosa es que yo ya estaba totalmente resituada y mi hijo-como tantos otros- no se deja vencer fácilmente así que lo que estamos entrenando es una respuesta elegante que le permita ser y hacer como él desea: “Tú diles, con gracia y simpatía, que son unos anticuados”.
[Mensaje de género transitido a mi hijo: «Tu voluntad de ser es la que guía los pasos que das. No dejes que te avasallen: construye el niño que tú deseas ser»].
Mi hijo, como de hecho otros que conozco en nuestreo entorno, tendrá que aprender a convivir con las contradicciones de género que él mismo experimenta y, poco a poco, situarlas en su interior y decidir qué hacer con ellas.
Para mí, esta manera de enfrentar junto con l@s niñ@s un mandato de género es muy importante. Y lo es por tres razones:
1. Porque cuando somos pequeñ@s y estamos aprendiendo lo que es el mundo y a situarnos en él es cuando los mandatos de género impregnan más profundamente nuestro chip actitudinal y emocional.
2. Porque enseñar a las niñas y los niños a priorizar la expresión de sus sentimientos y opiniones por encima de lo que se espera de ellas y ellos como niñas y como niños es una forma de subvertir las normas de género que nos encorsetan la vida.
3. Porque hacer visibles las pequeñas y cotidianas manifestaciones del género es el paso previo para identificar las desigualdades que se derivan del sistema de sexo/género estructural.
4. Y porque enseñarlos desde pequeñ@s a combatir las imposiciones del género puede ser una manera de prepararlos para combatir las desigualdades entre mujeres y hombres cuando sean adult@s.
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