Dicen las personas expertas en el tema que comunicar es algo más que transmitir información, lo que, en realidad, todo el mundo es capaz de hacer sin demasiada dificultad. Dicen que comunicar es, sobre todo, «mover una emoción» (Ramón-Cortes: 2012). Sentio ergo sum?
Cuando nos comunicamos perseguimos un objetivo, es decir, trasladar determinadas ideas, pensamientos o afectos. Cuando nos comunicamos con alguien estamos abriendo un canal de conexión que puede llegar a tener un enorme poder tanto sobre el sujeto emisor de los mensajes como sobre quien los recibe. A través de esta conexión, el impacto que genera la comunicación puede ser positivo o negativo. En la defensa de los impactos positivos, creo que es crucial no olvidar que al otro lado del canal de la comunicación -sea cual sea el formato- hay personas ‘sintientes’.
La búsqueda de un impacto positivo
Comunicar es un proceso permanente del ser humano en el que cada quien tiene su propio estilo.
Se suele decir que hay tres grandes estilos de comunicación: el asertivo, el agresivo y el sumiso. Todo el mundo sabemos que la comunicación asertiva es la más eficaz porque no sólo ayuda a conseguir los objetivos de la comunicación sino que además no supone ningún coste emocional para nadie. Sin embargo, todo el mundo solemos transitar entre un estilo u otro según el tema del que se esté hablando, las personas con las que interactuamos, el contexto de la intervención o incluso el día que tengamos.
Cuando subrayo la idea de «impacto positivo» en un proceso de comunicación, estoy tratando de señalar básicamente que:
- El mensaje llega con facilidad, fluido (es decir, se entiende);
- La persona emisora consigue «mover» a las personas interlocutoras (es decir, aporta algo nuevo, conmueve, motiva o estimula) de tal modo que
- El proceso comunicativo se ve reforzado (es decir, no se estanca sino que da lugar a una posible continuidad).
Partiendo de esta idea de «impacto positivo» resulta necesario subrayar que:
- Tendremos que tener claros nuestros objetivos de comunicación (es decir, ¿qué perseguimos realmente?…. aportar ideas nuevas, contribuir con otros puntos de vista, reforzar las aportaciones de alguien o señalar por dónde hacen aguas, derribar simplemente a quien consideramos adversaria, hacernos un hueco de influencia, representar un papel que tenemos asignado, etc.)
- Digamos lo que digamos, y cómo lo digamos, lo que es claro es que cuando emitimos un mensaje siempre hay alguien que lo recibe y, si queremos mantener un proceso de comunicación, lo mejor será que intentemos llegar hasta las otras personas para quedarnos, no para que nos echen a patadas.
Una propuesta interesante al respecto de estas ideas es la ‘comunicación no violenta’ presentada por Marshall Rosenberg y focalizada en las relaciones familiares o interpersonales, que os animo a consultar. La propuesta se centra en la escucha a las propias necesidades así como a las necesidades de las otras personas, tratando de construir un proceso comunicativo empático alejado de un lenguaje de dominio, juicio o culpabilización.
En el contexto de los debates feministas, en los que solemos expresar nuestras ideas de forma a veces convulsa, creo que nos vendría bien darle alguna vuelta a la idea del impacto positivo si es que queremos mantener conversaciones que nos permitan mejorar como sociedad. Por eso, últimamente estoy insistiendo en la idea de un ‘Feminismo Dialogante’.
Creo que los retos que hoy tenemos son enormes y me parece que más que nunca el feminismo se está dinamitando en una complejísima variedad de posturas y combinaciones de posturas que, lejos de seguir cabalgando en una misma dirección, están dirigiéndose a chocar las unas contra las otras.
¿Podremos encontrar algún apoyo en nuestra forma de comunicar-nos?
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