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Se quemó, uo uo ooo

El asunto este de los violadores de Pamplona, Pozoblanco y vete tú a saber cuántos sitios más, nos tiene en una situación de bastante conmoción. No podemos entender cómo se puede llegar a ser tan repugnante, tan malo, tan asquerosamente deleznable.

Pero se llega.

 

Fantaseo en la libre soledad de mis pensamientos sobre las consecuencias que estos tipos tendrían que asumir. Imagino castigos dolorosos, amputadores.

En seguida reacciono: sólo estoy fantaseando.

 

No sé de qué sería capaz si fuera en algún momento testigo cercano de semejantes comportamientos abusadores, si tuviera la posibilidad de castigarles por sus actos. En cualquier caso, esto no me preocupa demasiado, lo que me inquieta verdaderamente es la respuesta que, como sociedad, damos y debemos dar a esta gentuza. Y no sólo como sociedad sino desde las instituciones. Necesito explorar la idea de justicia.

Me vienen a la mente los castigos ‘ejemplarizantes’ que en épocas pasadas constituían parte de un espectáculo público. Y me revuelvo internamente porque siempre los he considerado prácticas atroces dirigidas a una mayoría social empobrecida o bruta. Otro ejemplo que me resuena cuando pienso en la respuesta frente a este tipo de abusos es el capítulo de la excepcional serie Black Mirror en el que se representa la idea de justicia retributiva de forma extrema (White Bear, episodio 2 / Temporada 2), quizá no desde una perspectiva de género pero útil en cualquier caso para pensar sobre este tema. Y me acuerdo también de mi venerado Quentin Tarantino, con su Death Proof (2007), o de mi amiga Andrea Gautier y su equipo en Pornobrujas (2012).

 

 

Así que tomo aire y trato de reflexionar sobre la idea de justicia y sobre las diferentes posibilidades que puede asumir el castigo, la ignominia y la respuesta colectiva ante delitos como las agresiones sexuales. Y, del mismo modo que Beatriz Gimeno se interrogaba sobre las razones por las cuales las mujeres nunca nos hemos organizado para defendernos de situaciones extremas de violencias machistas (Mujeres y violencia, 2014), yo me interrogo sobre el lema aquel del feminismo y la viabilidad real de que ninguna agresión (sexista) se quede sin respuesta.

Me pregunto sobre la necesidad o conveniencia de reaccionar con mayor contundencia ante las agresiones sexuales.

Sobre la urgencia de no aislar los casos sino de comprenderlos en su totalidad como muestra de la normalización de la violencia sistémica hacia las mujeres.

Me interrogo y me convenzo de que, nuevamente aquí, es necesario unirnos, pensar en las mejores formas de responder colectivamente desde el feminismo ante los agresores y a la vez pensarlo como estrategas de un mundo sin violencias machistas.

 

A veces me inflamo de violencia. Y quiero devolver los golpes.

Pero sé, dentro de mí, que el horror siempre está precedido de más violencia.

No puedo averiguar sola qué es lo más conveniente. Y no puedo dejar de apoyar esa máxima de que ante la agresión siempre hay un derecho de resistencia.

 

«Él era un violador cualquiera

tenía por delante todo una vida de alegrías y penas

y libertad sexual.

Pero no calculó, nunca pensó, que un día

una mujer sobreviviera a su agresión

dejase de ser víctima

tomando la cerilla y el bidón (…)».

 

[La Otra (2015)].

 

 

 

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