La participación activa de las mujeres en las esferas públicas y colectivas es un tema de análisis y reivindicación recurrente en la teoría y política feminista. El foco de atención suele proyectarse sobre el ejercicio de la ciudadanía, la toma de decisiones, el liderazgo de grupos… cuestiones sin duda importantes pero que dejan de lado el uso mismo de la palabra como instrumento de agencia de las mujeres.
Aunque el feminismo, siempre, se ha construido desde lo personal, desde la experiencia subjetiva del yo (Miller, 1991) el significado que tiene el uso de la palabra en los procesos de resignificación y empoderamiento de las mujeres no está siendo, a mi modo de ver, suficientemente valorado en los procesos de cambio político que actualmente vivimos en nuestro país.
La ausencia me inquieta: ¿qué perspectivas de ocupar un espacio público propio tiene el feminismo si una de sus principales herramientas, el acto de hablar, está desprovista de toda su importancia en la práctica política?
La palabra
La palabra, como instrumento de relato de la propia experiencia, se encuentra en el centro de cualquier impulso transformador. A partir de la experiencia verbal logramos desarrollar una investigación situada de tal modo que el ‘partir de sí’ se torna un requisito epistemológico de la interrogación feminista (Galcerán, 2006: 84). Ya en los años 70 una corriente del pensamiento y práctica feminista insistía en que la experiencia verbal es un aspecto crucial en la construcción de la subjetividad femenina y en los procesos de autoconciencia de las mujeres.
Reivindicar nuestro espacio verbal en el terreno público requiere previamente un giro interno hacia nosotras, hacia dentro. Un autodiagnóstico que, en el proceso de pensarnos, situarnos y (re)significarnos, nos equipara a las demás, las otras mujeres que comparten con nosotras la incorporación de los mandatos de género y las posibilidades para su transformación. Porque palabra y subjetividad son dos partes indisolubles del entendimiento y reconfiguración de nuestra identidad de género femenina, y feminista.
La experiencia
Partir de nuestra propia experiencia en el uso público de la palabra es una forma de reconocer las similitudes que nos unen con las otras y de dar espacio a la recuperación de la palabra desde la afirmación de nuestra autonomía individual y de nuestro poder colectivo. La comunicación oral en los espacios públicos es un medio para afirmarnos mientras que partir de nuestra experiencia propia es un nexo para hermanarnos. Y no faltan evidencias de que los feminismos necesitamos nuevos espacios de encuentro, de entendimiento, de práctica colectiva en la creación del pro-común para afirmar el lugar que ocupamos en el mundo, nosotras, cada una, juntas.
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