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Escepticismo rural

Esta es una España despoblada.

Dentro de 50 años, nuestro país estará habitado por 5,4 millones de personas menos que hoy (INE, octubre 2016). Entretanto, Bruselas sigue alertando del peligro de despoblación de la España rural (junio 2016, eldiario.es).

Y en este despoblamiento español las mujeres rurales juegan -oh, descubrimiento- un papel destacable. Todos los estudios y políticas orientados al desarrollo de las zonas rurales españolas sitúan a las mujeres como la esperanza, el futuro, la forma de evitar el vacío definitivo. Con motivo del Día Internacional de las Mujeres Rurales quiero hacer una reflexión sobre ello.

 

Hace ya décadas, los planes de desarrollo económico y social españoles concentraron la mayor parte de sus recursos en el sector industrial, asentado en el medio urbano. Sin entrar en discusión sobre los colectivos de personas que fueron beneficiarios directos de este tipo de políticas o sobre el modelo de sociedad y económico que apuntalaron, el hecho es que el campo fue dejándose de lado poco a poco con unas consecuencias económicas y sociales desastrosas para el ámbito rural español y para las personas que lo habitan.

Hoy, en un momento de desarrollo económico incierto, global, altamente voluble, la sostenibilidad social, económica y ambiental del medio rural se presenta como un problema de interés público de primera magnitud. Como consecuencia, se está intentando poner en marcha desde las instituciones un nuevo modelo productivo rural que se caracterice por la diversificación económica, la innovación, el emprendimiento y el protagonismo de las mujeres. El Ministerio de Medio AMbiente y Medio Rural y Marino, como organismo orientador de las políticas públicas rurales en España afirma que la permanencia y la actividad de las mujeres rurales son esenciales para el desarrollo económico y social del territorio y, en base a ello, premia proyectos económicos originales e innovadores de mujeres rurales. Pero el Ministerio va más allá y subraya que:

“(…) mejorar las condiciones de vida y de trabajo de las mujeres en las zonas rurales se ha convertido hoy en día en una estrategia imprescindible para garantizar su permanencia en estos territorios y, por tanto, la propia supervivencia de los mismos»  (2011).

 

Me encanta esta fiebre del protagonismo femenino.

Pero lo cierto es que, sin quererlo, parece que la responsabilidad del despoblamiento rural y del estancamiento económico de estas zonas es de las mujeres. Y no.

 

 

 

No digo que no me parezca bien que se hagan políticas públicas de igualdad en el medio rural. Ni digo que sea una equivocación incorporar el enfoque de género en los diagnósticos sociales del medio rural o en el diseño de estrategias para combatir sus problemáticas. Lo que digo es que, ahora que en España lo rural está semidesierto, envejecido y masculinizado, me irrita que el foco de atención se ponga principalmente en el rol económico que juegan las mujeres. Y digo «económico» con una doble intencionalidad: en tanto que empleo y en tanto que reproducción de la fuerza de trabajo.

El análisis que llevo haciendo estos días a las políticas públicas rurales me dejan la amarga sensación de que persiguen intereses cuyos últimos fines no comparto. Y es que el énfasis institucional en la inclusión y en la centralidad de las mujeres en cualesquiera asuntos del mercado y de lo productivo siempre hay que valorarlos con enfoque crítico y con gafas de lupa. Y no digo ya nada de esa horrible certeza de que parece que las instituciones funcionan casi siempre como dando traspiés frente a problemas que se les caen encima de repente cuando realmente se veían venir desde lejos. No puedo soportar la falta de planificación.

¿Acaso no se veía venir el envejecimiento de la población rural?

¿Acaso la falta de mujeres jóvenes en los pueblos no es un asunto ya viejo?

 

Las problemáticas y dificultades a las que se enfrentan las mujeres rurales son, en parte, las mismas a las que nos enfrentamos todas las mujeres de cualquier lugar: el mantenimiento tradicional e inflexible de los roles de género intrafamiliares; la falta de tiempo propio para el ocio o la actividad social o política; la segregación horizontal en el empleo, con sus consiguientes desigualdades retributivas y sociales; la dificultad de acceso a algunos recursos; las violencias machistas en su versión física, psicológica o simbólica; la falta de reconocimiento, etc.

Pero en el medio rural las mujeres enfrentan otras problemáticas específicas que se recrudecen por la suma de la desigualdad de género estructural y las características propias del medio rural que, irónicamente, las sitúa precisamente como pieza clave de la sostenibilidad del medio rural al ser ellas las que aseguran el relevo generacional.  A grandes rasgos, las problemáticas específicas de las mujeres del medio rural tienen que ver con:

 

  • La férrea permanencia de un modelo heteronormativo de roles de género que asfixia a las nuevas generaciones (MAGRAMA, 2011), demandantes de mayor apertura y de modelos de identidad que respondan a las propias expectativas y permitan desarrollar subjetividades menos condicionadas, más libres. En este sentido, el rechazo o contestación a las relaciones de género tradicionales constituye un elemento básico de la transformación de las sociedades rurales, en tanto que las empuja y sitúa como elemento básico para un cambio social profundo que también ha de gestarse en el ámbito rural (María José Aguilar Idáñez, 2015).

 

  • En línea con lo anterior, y a pesar de la creciente diversificación de la actividad económica, las mujeres siguen encontrando grandes dificultades en el acceso y permanencia en el mercado de trabajo. La escasez de empleos estables y ‘que compensen económicamente’ junto con la pervivencia de los roles de género, dificultan enormemente la creación de vínculos estables de las mujeres con el empleo. El 50,7% de las mujeres rurales entre los 20 y los 65 años no participa en el mercado laboral, frente al 27,2% de los hombres rurales (MAGRAMA: 2009). En el medio rural tiene gran influencia la fórmula de la «ayuda familiar» que caracterizan principalmente las actividades realizadas por las mujeres y que las hace invisibles como trabajadoras despojándolas del disfrute de sus derechos laborales y sociales. Esta fórmula laboral impide el reconocimiento de su trabajo, que es visto en innumerables casos por sus familias y por ellas mismas como una prolongación de las tareas domésticas» (Merino Rodríguez: 2015).

 

  • Otra de las problemáticas que enfrentan las mujeres rurales en particular, y a diferencia de mujeres del medio urbano, tiene que ver con la escasez e inaccesibilidad de servicios e infraestructuras de diverso tipo que hacen ciertamente difícil sobrellevar una vida cómoda, conectada y adecuada a las necesidades cotidianas en nuestra sociedad actual. Quizá las carencias más paradigmáticas tengan que ver con la red de transportes y de telecomunicaciones y con los servicios de cuidados (escuelas infantiles, comedores escolares, centros de día o residencias de mayores…), aquellos que pueden facilitar la conciliación entre las diversas responsabilidades que asumen las personas, especialmente las mujeres, dada la pervivencia de un modelo inequitativo de reparto de los cuidados.

Actualmente, la tasa de población infantil no es mucho más baja en el medio rural que en el ámbito urbano (13,6% y 15,8% respectivamente) pero, en cambio, la población mayor de 65 años en el medio rural es del 22,3% frente al 15,3% del medio urbano (Datos Programa de Desarrollo Rural Sostenible 2010-2014). Aunque, tal y como revelan los últimos datos disponibles, el número de personas mayores no hará más que crecer en los próximos años.

 

  • Y, finalmente, la sobrerrepresentación poblacional tanto de personas mayores como de hombres. Como consecuencia de todo lo anterior, en España se viene produciendo en las últimas décadas un elevado flujo migratorio de las mujeres rurales hacia los núcleos urbanos que –por lo menos a priori- ofrecen más oportunidades de empleo y para desarrollar un proyecto de vida propio. La menor proporción de mujeres en el mundo rural en todos los estratos de edad salvo en las edades superiores a los 65 años  junto con la migración de la gente joven hacia las zonas urbanas viene siendo causante de dos efectos principales: el envejecimiento y la masculinización de la población (Programa de Desarrollo Rural Sostenible 2010-2014).

 

 

Uno con otro, todos estos factores se retroalimentan y presentan un diagnóstico de género en el medio rural que viene reproduciéndose desde hace tiempo.

 

Sin duda, los retos que nos plantea la insostenibilidad del medio rural son una oportunidad para colocar en posiciones de urgencia la necesidad de planificar políticas de desarrollo rural sostenible con enfoque de género. Pero, ya veis, queriendo yo también que las mujeres que habitan en el mundo rural tengan la vida más sencilla y las mismas oportunidades que las urbanas para desarrollar sus proyectos y garantizar su buen vivir, no puedo evitar la amarga sensación de pensar que nos la están colando y llego al punto de hacerme preguntas tan peregrinas como las siguientes:

¿La apuesta por la sostenibilidad del medio rural es realmente compatible con una economía de mercado?

La problematicidad que mueve a las instituciones a reenfocar la orientación de las políticas de desarrollo rural, ¿es la misma que detecta el feminismo?

¿Se pondría tanto interés en las mujeres rurales si el relevo generacional pudiera asegurarse ‘sin mujeres’?

Es más, ¿no han pasado las mujeres rurales a ocupar la centralidad de las políticas públicas del medio rural solamente cuando su ausencia ha comenzado a ser “un problema” económico a gran escala?

 

Ustedes me perdonen, pero este Día Internacional de las Mujeres Rurales me ha pillado un poco escéptica.

 

[Este artículo también ha sido publicado en Tribuna Feminista]

 

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