Esta es la última de mis reflexiones compartidas en la Jornada sobre Mujer y Drogas que realizó la Fundación Atenea en Madrid hace unos meses. También lancé algunas propuestas sobre la imagen que existe de las mujeres consumidoras y adictas y sobre cómo aplicar el enfoque de género en la intervención en adicciones.
PREGUNTA: ¿Cómo afecta a las mujeres en su vida tener una adicción a las drogas y cómo construyen estrategias?
RESPUESTA: Sobre el consumo de sustancias recae en nuestra sociedad actual un importante estigma. Y la estigmatización es profundamente desempoderante. Para las mujeres en particular la estigmatización de ser adictas o consumidoras de drogas se ve agravada por la ruptura con la idea hegemónica de feminidad.
Como decía con relación a los otros temas, no forma parte de nuestra idea hegemónica de feminidad la mujer drogadicta. Es decir, las mujeres que son consumidoras habituales de determinadas drogas enfrentan hacia sí mismas y hacia sus círculos sociales un incumplimiento de expectativas sobre lo que ellas debían ser. Y ya dijo una vez Soledad Murillo, que sabe mucho de esto, que «el género es una expectativa de comportamiento».
Así que las mujeres que consumen tienen que enfrentarse a una doble dificultad respecto a su auto-concepto: por un lado, la dificultad que deriva de no cumplir con la norma femenina esperada y, paralelamente, la dificultad de no encontrar una imagen social de sí mismas como consumidoras habituales de una determinada sustancia o, sencillamente, la dificultad de “no encontrarse”. Y esto de ‘no encontrarnos’ es, como sabe todo el mundo, una de las mayores dificultades a las que podemos hacer frente las personas.
Es complejo hablar de las consecuencias de la estigmatización de las mujeres consumidoras o adictas y de su invisibilización porque no podemos subrayar el objetivo de encontrar “referentes femeninos” en tanto que consumidoras per sé. La idea de “referente” en sí misma es positiva y solamente podríamos acudir a ella para nombrar procesos o ejemplos positivos.
Por ello, de lo que aquí se trata es de la necesidad de hacer visibles y potenciar los referentes femeninos de autonomía, consumo responsable, recuperación o superación de las adicciones que reviertan la mirada androcéntrica que envuelve la problemática del consumo de drogas. Porque mientras el mainstream de la intervención en drogodependencias esté asaltada por una interpretación androcéntrica del fenómeno, las realidades de las mujeres adictas seguirán siendo abordadas desde las vivencias y necesidades de los hombres consumidores. Y esto no ayuda nada a la visibilidad de las experiencias femeninas y a la posible búsqueda de intervenciones alternativas o diferenciales.
Cuando hablamos de hacer visibles las experiencias de las mujeres adictas a las drogas y mientras tratamos de idear formas para intervenir de una forma eficiente y óptima, me parece que es sustancial partir de un supuesto de experiencias diferenciales para, precisamente, entender que -quizá- también las mujeres adictas necesitan referentes que les inspiren, fortalezcan y les recuerden su propio potencial y sus propias capacidades.
Una buena práctica que profundizaría en esta línea, y que sin duda tendría un efecto muy positivo sobre las mujeres consumidoras y los referentes femeninos, es la creación desde los ámbitos profesionales de redes y grupos de trabajo y apoyo entre las propias consumidoras. Estoy hablando de grupos no mixtos que deberían responder a metodologías de trabajo feministas para reforzar intencionadamente el apoyo entre mujeres en la misma situación (Martínez Redondo, 2009).
En las circunstancias de adicción, como en cualesquiera otras, los espacios propios de mujeres son inmensamente positivos y concentran un gran poder transformador. Como añorando aquellas cosas buenas que hicieron y consiguieron las feministas de los 70′, se adecua a esta realidad aquella reflexión de Aurora Levins Morales (Otras inapropiables: 2004) que decía:
Mientras contábamos nuestras historias, reconocíamos que nuestras experiencias y nuestra reacciones nos eran comunes a muchas de nosotras, que nuestras percepciones, pensamientos y sentimientos tenían sentido para otras mujeres. Después utilizábamos esa fuente compartida como una fuente de autoridad. Cuando nuestras vidas no se adecuaban al saber oficial confiábamos en nuestras vidas y utilizábamos el cuerpo colectivo, mutuamente validado, de nuestras historias para criticar esas versiones oficiales de la realidad (…).
Pero para tratar en profundidad cómo afecta a las mujeres una adicción a las drogas es necesario que, además de indagar en los procesos de construcción de la subjetividad, lancemos la mirada también hacia los propios cimientos de la estructura de desigualdad por sexo/género que sitúa a las mujeres y a los hombres en lugares desiguales en la propia planificación de políticas de intervención y, por ende, en el acceso a los recursos. Desiguales porque, como consecuencia de una falsa neutralidad (léase, androcentrismo) se diseñan e implementan las actuaciones de prevención, rehabilitación y acompañamiento que no responden equitativamente a las necesidades de las mujeres y de los hombres con adicciones. Porque la llamada «neutralidad» tiene el peligro de entender la complejidad del fenómeno del consumo de drogas desde la experiencia del sujeto masculino y, por consiguiente, deriva en políticas y actuaciones ineficientes para las mujeres.
En la intervención en drogodependencias tenemos aún muchos retos pendientes.
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