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Maternidad reborn

Hace unos días leía este artículo de Pikara Magazine sobre los bebés reborn y la maternidad que se gesta en torno a ellos. Me resultó uno de esos temas tan fascinantes que no supe muy bien por dónde empezar a pensar. ¿Maternidad natural? ¿Juego de mayores? ¿Locuras? ¿feminismos?

Maternidad natural

A las mujeres se nos consiente presentarnos socialmente como madres en dos estadios de nuestra vida: la niñez, mediante el juego, y la adultez temprana, mediante la crianza real. Este consentimiento social, no obstante, no le es otorgado a TODAS las mujeres. La maternidad es, en la sociedad heteropatriarcal, un arma de doble filo.

 

Durante la niñez, las niñas son reforzadas en su rol de madres mediante juegos de diverso tipo y mediante los mensajes emitidos por los canales educativos y mediáticos, principalmente. La sociedad valora muy positivamente dos papeles performativos específicos en las niñas: que quieran ser princesas y que quieran ser madres.

Más tarde, durante la etapa adulta, la sociedad espera de las mujeres que sean madres, llegando a obtener, quien llega a serlo, un plusvalor simbólico que ejerce una importante presión sobre el conjunto de las mujeres.

 

De este modo, mediante el aprendizaje y el reforzamiento, se termina asumiendo socialmente que existe un hipotético vínculo natural entre la proyección de ser madre y la integridad femenina, siendo el cumplimiento con este vínculo lo que determina que las mujeres alcancemos una identidad plena. ¡Tamaña barbaridad!

¿Qué ocurre, entonces, cuando las mujeres adultas juegan a ser madres?

Pues lo de siempre cuando se rompe EL ORDEN: que cunde el pánico y sospechamos.

 

Reborn feminista

Reconozco que me produce cierto desconcierto el hecho de jugar a ser madre con un reborn porque, como bien escuché en una ocasión: “la paternidad está sobrevalorada”.

Así que tener un reborn por puro placer performativo no deja de asombrarme. Ahora, todo lo que ponga en cuestión el orden naturalizado que guía el comportamiento social merece, por lo menos, un poco de atención. Así que hagámonos algunas preguntas:

¿Por qué las mujeres adultas no pueden jugar a ser madres?

¿Qué es exactamente lo que rechazamos?:

que las mujeres adultas jueguen,

que jueguen con bebés de mentira,

o que tiren por tierra la idealidad sangrante y lumínica del hecho de ser madre?

 

Hay quien dice que si las madres reborn quieren experimentar lo que es tener un bebé, que lo tengan de verdad. Esto es como decirles que no son lo suficientemente valientes o que no tienen la madured necesaria para asumir las consecuencias que se derivan de tener un hijo de verdad.

No creo conveniente ni útil que orientemos el análisis hacia ese lugar. No creo que las madres reborn tengan ningún tipo de problema; lo que nos confunde es que la gente se salte las normas. Entiendo que existirán diversas motivaciones para querer entrar en el juego performativo de la maternidad reborn y quiero pensar que las mujeres somos capaces de decidir cuáles son nuestros caminos para la felicidad o, cuando menos, el entretenimiento.

Eso me basta. Como feminista, mi lugar está en la defensa de los mundos que las mujeres nos construimos.

Para mí el punto no es tanto discutir sobre las motivaciones que guían a las madres reborn. El juego es suyo. Para mí lo interesante de todo esto es desgranar el significado y consecuencias de la maternidad.

 

Maternidad: significante y significado

La maternidad es, a mi modo de ver, una oportunidad particular para amar desinteresadamente, aunque obviamente no es la única. Solamente se puede llegar a un significado real de maternidad a través del vínculo que se establece entre dos seres, cualidad extensible a cualquier tipo de vínculo amoroso.

 

Una de las mayores complicaciones de la maternidad nace precisamente del conflicto entre las demandas y los anhelos dispares entre la madre y la hija. Dicho así, la maternidad sería la oportunidad de aprender a ceder ante los anhelos de nuestros hijos y de aceptar-nos en las imposiciones que de facto hacemos sobre sus vidas. Imposiciones que en más de una ocasión nos convierte en perfectas déspotas.

Estas concesiones e imposiciones no se pueden ejercer sobre un reborn porque la vida del reborn nace también de las madres reborners. Es decir, quien performatea, juega o actúa como madre, decide también las necesidades del reborn y esto anula en su esencia el significado de la maternidad.

Por ello, desde mi punto de vista, hay algo de irrealidad innegable en la maternidad reborn. La performatividad nos permite romper con la identidad estática y construir subjetividades subalternas pero no creo que sea posible «actuar» la maternidad con una sóla parte real del juego. Idealizada o no, sacralizada o no, la maternidad es un vínvulo específico entre los seres. Un reborn sigue siendo un bebé ficticio.

 

En definitiva, el significado de ser madre se bate en el tira y afloja cotidiano de relacionarte con una persona que lucha por equipararse a ti en un plano de igualdad y frente a la que tú tienes la responsabilidad de ayudar a encontrar el mejor camino para aceptar la dependencia inicial y el despegue posterior.

Esto es el crecimiento individual, parte gruesa de lo que da sentido a la maternidad. Y esa pulsión de crecer como persona a la que se enfrentan y nos enfrentan nuestras hijas e hijos no la tiene un reborn.

 

Pero, ¿quién ha dicho que las madres reborn no lo sepan?

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