Dicen que en nuestra cultura antigua la manzana simbolizaba la eterna tentación del ser humano a no reconocerse como criatura creada por Dios. El hecho de no reconocernos como «criaturas de Dios» implica un gesto soberbio, dicen, porque supone afirmarnos en el gobierno de nosotr@s mism@s, en la voluntad de no someternos a leyes no escogidas, en la elección de nuestro propio camino de vida y en la distinción, desde nuestra conciencia finita, entre lo que está bien y lo que está mal.
Yo creo que existe un halo de divinidad en cada una de las personas que somos.
Pero es una divinidad puramente humana –si es que eso puede existir-, una divinidad que nos conecta con las demás personas y con el entorno y nos reconoce como lo que somos: seres que encarnan la eternidad de la vida pero que terminan, que entienden, que aman y que se necesitan mutuamente. Seres con cuerpo, seres sexuados.
La manzana simboliza el fruto prohibido para quienes quisieron someternos a otras voluntades. Y no es casual que la portadora del fruto fuera una mujer.
Desde que lo entendí, adoro las manzanas.
Deja una respuesta