Cuando busco aparacamiento de noche siempre pongo cuidado en dejarlo en un lugar alumbrado, no solitario, y con una calle ancha al lado por si tengo la necesidad de salir corriendo. Cuando voy por la calle y algún hombre mi mira fijamente mostrando un asqueroso interés me siento incómoda, pero le miro fijamente yo también y le desafío. Cuando vuelvo a casa caminando sola siempre llevo una gran piedra entre los dedos. Cada vez que me visto apretada y sexi se me pasa por la cabeza la duda de si no estaré siendo demasiado provocativa.
La cultura de la violación es, resumidamente, la justificación o trivialización de las conductas sexuales agresivas contra las mujeres, siendo la violación su máximo exponente. La cultura de la violación se sotiene sobre la masculinidad dominante y sobre el entendimiento del cuerpo de las mujeres como una provocación. La cultura de la violación instala el miedo en las mujeres.
Pero la responsabilidad de la cultura de la violación no es de las mujeres.
Esta misma mañana he leído un post de El Demonio Blanco de la Tetera Verde sobre la cultura de la violación. Te recomiendo que lo leas, especialmente si eres hombre. De entre toda su extensión, hay una idea clave que es la que más me ha sugerido: todos los hombres forman parte de la cultura de la violación pero existen algunos que, en su hacer y en su forma de relacionarse con las demás personas (especialmente con las mujeres) ponen particular cuidado (muchas veces inconsciente) en no reproducirla. Estos son los hombres que nos gustan.
Ese hecho de que todos los hombres -sí, todos los hombres, incluso tú- forman parte de la cultura de la violación por el solo hecho de ser hombres resulta sin duda una de esas verdades hirientes. Quien escribe el post resume muy bien el proceso de asimilación de esta idea por parte de los hombres, las resistencias que genera y, lo que es más importante, la necesidad de no sentirlo como un ataque acometido contra ellos sino como una característica de las relaciones de poder y dominación entre la masculinidad y la feminidad en nuestra cultura social.
En todos estos avances discursivos que se están produciendo hacia la igualdad real entre mujeres y hombres existe un tema aún no tan en voga que es el de los procesos de creación de la subjetividad individual. Si bien es cierto que se están produciendo grandes avances y que se puede incluso distinguir un giro hacia la aceptación de los feminismos entre ciertos sectores sociales, todavía no se ha popularizado la discusión en torno a los complejos procesos de creación de identidad (masculina o femenina). El mantenimiento de la cultura de la violación se nutre de estos procesos. La revisión de la propia subjetividad masculina es clave para no fomentar la cultura de la violación.
Muchas veces esta revisión se manifiesta en un callar a tiempo o, al contrario, en levantar la voz de forma oportuna contra un compañero o un desconocido. Otras veces se expresa en nuestro lenguaje verbal, mudo pero definitivo. En otras ocasiones es una voluntad consciente y honesta por no querer parecer ni asimilarse a un machirulo fanfarrón. A veces sólo hay que estar alerta del comportamiento de los otros hombres cuando hay mujeres a nuestro alrededor. Existen muchas otras formas de llevar a cabo esta revisión; algunas las menciona Demonio Blanco en su post, otras seguro que se te ocurren a ti.
Los hombres que revisan su identidad masculina son los únicos que consiguen escapar de la cultura de la violación. Y se les nota. Y por eso nos gustan tanto.
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