Intento animar a mi hija y a mi hijo a tener un comportamiento de género transgresor, igual que lo intento yo. Realmente creo que sólo transgrediendo la norma podemos seguir avanzando.
Mi hijo
Mi hijo tiene 9 años y lleva el pelo largo. Pasó esos primeros momentos en los que le ridiculizaban en el colegio y ahora ya se siente fuerte y confiado con su melena. Mi hijo ha sido capaz de adoptar un comportamiento de género transgresor, a pesar de los impedimentos. Ha superado los insultos y ha terminado haciendo del pelo largo algo suyo. Y se gusta. Ha aprendido también a argumentar que el pelo largo no tiene una propiedad de género y que quien piense lo contrario es una persona anticuada. Otro niño del cole quiere dejarse el pelo largo pero, como se meten con él –nos dijo su madre-, se lo van a cortar. A veces es difícil transgredir la norma de género porque nuestro deseo de proteger a nuestras hijas e hijos nos sitúa en un lugar tremendamente conservador. A veces, a costa de proteger, educamos en la falta de conciencia crítica.
Ahora se ha apuntado a clases de danza. Él está feliz aprendiendo a bailar. Solamente hubo que animarle y reforzarle en su deseo. Como señala Liz Torres:
Vetar los intereses de los niños es la mutilación espiritual más atroz que se pueda imaginar, una condena a una vida de insatisfacción («Educar a hijos varones, en Crianza Natural, agosto 2017)
En lo que tengo un frente abierto constante es en su comunicación corporal: cada vez que se quiere hacer el fuerte pega un empujón con su pelvis, una embestida directa que me pone los pelos de punta. No vayais a creer que todo es perfecto. Le he dicho que guarde su pelvis para el twerking y que en esta casa la pelvis masculina se contonea con suavidad y jamás se dirige agresivamente contra nadie. Se lo he tenido que repetir en más de una ocasión. Qué agotamiento.
Mi hija
Mi hija tiene 4 años y medio y está pasando una fase de mucha intensidad de género. Desde que tiene claro que se identifica como chica, hace todo lo posible por reafirmar su identidad como tal. Está fascinada con el rosa, la colonia y los tacones. Y no es que yo tenga algo contra alguna de estas cosas, pero la ‘pink-ification‘ y todo lo que le rodea hace que me salgan sarpullidos.
A mi hija no le gusta jugar a la pelea de cachorras conmigo porque prefiere que le haga mimos piel con piel, pero sí le encanta coger el palo de bambú y hacer kung fu en el salón. Cada vez que tiene la oportunidad se sube a mi cama y brinca y bota y hace volteretas; a veces me pide que me suba con ella. Algunas niñas son más tranquilas. Algunas madres también. Un día vamos a romper la cama.
No se trata tanto de las cosas en sí mismas sino de los valores o significados que les atribuimos socialmente, y de las consecuencias que eso puede tener sobre la subjetividad de las niñas (Playa Medusa, «Pero si yo ni si quiera me pinto mucho, no lo entiendo…«, en Pikara magazine, octubre 2017). Solamente tenemos que hacer como con su hermano: reforzarla en los intereses que le permiten vivir-se desde lugares no condicionados por los esterotipos de género.
El taller
Educar desde la igualdad con perspectiva de género no es sencillo aunque sí supone una estimulación permanente: nos requiere estar alerta y nos brinda una gran capacidad de transformación.
En muchos aspectos las posibilidades de transgredir el comportamiento de género nos pueden parecer bastante escasas así que tenemos que tratar de ir identificando qué otros aspectos podemos afrontar y desafiar durante la crianza.
Si vives con tus hijes experiencias parecidas a las que acabo de contar y te gustaría reforzar tu kit de supervivencia frente a la educación sexista, quizá te interese venir a este taller.
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