Categoría: Consultoría de Igualdad

Críticas al urbanismo ortodoxo

El urbanismo ortodoxo no ha sido neutral desde un punto de vista ideológico sino que ha respondido a un tipo concreto de modelo social y económico. El urbanismo feminista critica este modelo y las bases sobre las que se sostiene.

Para seguir avanzando en lo que plantea el urbanismo feminista, os propongo recorrer el «urbanismo ortodoxo» (expresión que, si no me equivoco, comenzó a emplear Jane Jacobs en su Muerte y vida de las grandes ciudades, 1961) a través de lo que yo entiendo que son sus cinco bases de planteamiento:

 

1. Urbanismo ortodoxo y androcentrismo

El urbanismo ortodoxo ha colocado en el centro de mira a un tipo de sujeto concreto, con unas características únicas y una pretensión de universalidad que ha omitido la diversidad humana: el sujeto varón, con plena movilidad, en etapa productiva y volcado casi exclusivamente a su rol productivo (es decir, sin personas a las que atender y cuidar).

Pensar que las personas responden a un único modelo de vida que gira en torno a la norma mayoritaria en la masculinidad, es obviar otras formas de vida y de usos de los espacios y del tiempo que no replican el modelo de individuo autónomo con empleo y plena movilidad. Es, en otras palabras, excluir del modelo a quien no entran en el canon androcéntrico.

Esta exclusión del modelo deriva de no aplicar la perspectiva de género en el urbanismo, lo que tiene que ver con la opacidad de género que ya abordé en un post anterior.

 

2. Un urbanismo orientado a la producción

Consecuencia de lo anterior es que el urbanismo ha respondido al modelo productivo, centrándose principalmente en posibilitar las tareas cotidianas orientadas al empleo. Por consiguiente, ha priorizado la satisfacción de las necesidades de los grupos de población en etapa producitva, dejando otras etapas vitales y a otros grupos de población al margen de las prioridades.

Así, las actividades cotidianas vinculadas al rol reproductivo se han mantenido invisibles o secundarias en el diseño urbanístico y, con ello, las necesidades de las personas que las desempeñan (mujeres principalmente). Del mismo modo, las personas que transitan etapas de vida no productivas (mayores, niñes) o que simplemente encuentran más dificultades para responder al modelo productivo (diversidad funcional) no ocupan un lugar de prioridad en el modelo.

En otras palabras, la planificación y gestión urbanística ortodoxa ha dejado de lado el rol reproductivo, los cuidados y las etapas de vida no productivas, dificultando los procesos de sostenibilidad de la vida. Por ejemplo, muchos municipios ofrecen conexiones fáciles y asequibles con las grandes urbes (centros neurálgicos del empleo) pero, sin embargo, muestran espantosas dificultades para un desplazamiento interno, intermunicipal o hacia los centros de salud o zonas verdes.

 

3. Un urbanismo individualista

Este modelo ha priorizado una forma individualista de vivir la ciudad y desconectada con formas tradicionales de vecindad y red social. Varios son los elementos que lo apuntan: el desplazamiento basado en el uso del vehículo propio como prioridad a otras formas de transporte (transportes públicos y desplazamientos a pie o en vehículos sin motor), edificación de grandes zonas residenciales sin espacios vecinales comunes, diseño de aceras orientadas al desplazamiento de peatones sin posibilidad de usos alternativos que favorezcan el intercambio social, o la eliminación de zonas urbanas abiertas y cómodas para el desarrollo de actividades sociales más allá del consumo.

El modelo ortodoxo parte del entendimiento de ese ciudadano con empleo que se desplaza de su casa al trabajo y del trabajo a su casa, y casi siempre solo, en coche propio, y que quizá el fin de semana se acerca a algún centro comercial a consumir ocio con su familia -solo con la familia-, cruzándose sin más con el resto de la gente que le rodea.

 

4. Un urbanismo zonificado

La planeación urbanística ortodoxa ha priorizado un tipo de ciudad estratificado en zonas de actividad según su funcionalidad para el sistema: producción, residencia, consumo e industria. Y, por supuesto, para cuyo acceso se precisa de vehículo propio.

De nuevo, esta zonificación ha priorizado las necesidades del grupo de población que funciona según el modelo productivo y de consumo. Al tiempo, dificulta la satisfacción de las necesidades de quienes articulan su cotidianidad en torno a otras formas de vida y que precisan de espacios de proximidad, condensados, accesibles, gratuitos. Las personas con formas de vida alternativas no caben dentro del modelo ortodoxo.

 

5. Un urbanismo exclusivamente tecnocrático

El modelo ortodoxo se ha venido apoyando en una planificación urbanística estandarizada que no ha tenido en cuenta la compleja realidad de cada pueblo, municipio o ciudad. Las cabezas expertas de la Administración o del Mercado replican un mismo modelo de ordenación y usos del espacio según su rango de prioridades, desconsiderando sistemáticamente la participación ciudadana en la identificación de problemas y necesidades según los usos y circunstancias de cada lugar.

Un urbanismo inclusivo y feminista es un urbanismo participado que favorece la convivencia en el espacio público, los usos mixtos de los espacios y la consideración de las demandas ciudadanas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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