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Androcéntrico no machista

Hace unos días, criticaba en mi muro de FaceBook un artículo escrito por el periodista Javier Gómez Santander por ser androcéntrico. Muchas personas se quisieron defender de mi crítica asumiendo que les estaba llamando machistas.

La problematicidad de mi crítica sobre el androcentrismo del citado artículo deriva, a mi modo de ver, de dos aspectos distintos: en primer lugar, del desconocimiento de lo que en esencia significa el concepto «androcéntrico», pero también de la saturación de muchas personas respecto a las incansables ‘críticas a todo’ que hacemos las feministas de pro. Y les comprendo.

Lo cierto es que el mensaje del artículo me pareció intachable (un llamado al fomento de la lectura entre la población joven, buena parte de ella totalmente alejada de los libros) y así lo expresé al inicio de mi opinión, seguramente no con toda la firmeza que hubiera debido manifestar.

Aunque sean términos correlativos, no es equiparable el androcentrismo con el machismo.

Mientras que el androcentrismo es la visión del mundo y de las relaciones sociales centradas en el punto de vista masculino, el machismo se refiere a una actitud de prepotencia de los varones respecto a las mujeres. Estas definiciones son literales del diccionario de la RAE.

Que un concepto se refiera a nuestra visión e interpretación del mundo mientras que el otro haga mención a nuestros comportamientos y formas de relacionarnos y de estar en el mundo no es un detalle baladí en nuestras discusiones sobre el género y la igualdad. Es, al contrario, el quid de muchas de las discusiones que tenemos entre feministas, pro-feministas, simpatizantes y detractoras.

 

El androcentrismo es una visión que envuelve nuestra cultura, la estructura social de la que formamos parte y en la que crecemos y nos socializamos como personas. El androcentrismo nos viene dado casi inevitablemente, como lo de comer animales. Yo también fui androcéntrica.

El androcentrismo es un prisma antropológico anclado en nuestra percepción y construcción del conocimiento. Es lo que hace que, cuando queremos describir el comportamiento del ser humano en su conjunto, lo hagamos -de forma natural y sin querer hacer nada malo- desde la experiencia del sujeto varón. Así de ‘natural’ lo refleja esta intervención de una de las personas con las que debatí en FaceBook:

» (…) creo que el autor intenta dejar claro que el sujeto son las personas, no los hombres o las mujeres (…)».

 

Claro, digo yo, ese es el problema: el linde entre querer abarcar la experiencia humana universal y no caer en el epicentrismo de la experiencia masculina es muy pero que muy sutil. Es difícil no meter la pata.

Hete aquí que las feministas queramos centrar constantemente la mirada en el sujeto porque, de no hacerlo, seguiremos corriendo el peligro de asumir que en la experiencia del sujeto masculino reside la de toda la humanidad. Y es que las personas son importantes, sin duda alguna, pero lo son en su idiosincrasia, y en tanto que el género atraviesa y determina profundamente la experiencia y condiciones de vida de las personas no podemos asumir la neutralidad como un principio social. La neutralidad, tal y como defienden los discursos sociales «ex-céntricos», suele ser una falacia en las Ciencias Sociales (y literarias).

 

Para terminar, os voy a compartir lo que para mí es sin duda un ejemplo de androcentrismo sin parangón: aquella serie que se llamaba «Érase una vez el Hombre». El Hombre. Y de lo que habla es de la Historia de la Humanidad (aunque . Es tope androcéntrico. Os invito a recordar la canción y echar un vistazo a los protagonistas que aparecen en las imágenes. Os vais a partir.

 

 

Realmente no hace falta remontarse tantas series de dibujos atrás para subrayar la vigencia de un enfoque que aún hoy impregna la normalidad del imaginario social. Lo encontramos, aún sin ánimo de ser machista, en discursos políticos, en películas, en novelas, en relatos históricos, interpretaciones artísticas, políticas públicas, artículos de opinión… Solamente tenemos que prestar un poco de atención para identificarlo.

Y es que el peligro que deriva de una mirada androcéntrica a una actitud machista, a un relato del mundo injusto y parcial o a un diseño de sociedades no diversas, es tan grande que no debemos bajar la guardia.

 Sabemos que somos cansinas. Pero sabemos que somos necesarias.

 

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